Francia e Italia – Atravesando la Europa conocida

Perdonad por haber tardado en hacer el primer post, pero quería tomármelo con calma. Y no hay mejor lugar para hacerlo que desde casa de Ari. Intentaré ser más puntual con los próximos aunque tampoco quiero prometer nada.

Los dos días antes de salir fueron una locura. Organizar un viaje así no es fácil y siempre tienes la sensación de que hubieras necesitado más tiempo. El apoyo de todos se agradece un montón y siento no haber tenido tiempo suficiente para todos. Espero aprender a gestionar mejor tiempo y estrés durante el viaje, no me queda otra opción si quiero llegar lejos. El pistoletazo de salida muy emotivo aunque demasiadas emociones al mismo tiempo y difícil entender lo que estaba pasando, tocará digerirlo con los días.

Preparando todo antes de irme

Antes de cruzar a Francia tocaba pedalear 4 días por Cataluña. El primero fue todo bajo la lluvia, para recordarme que ni cerca de casa será fácil. El segundo tuve el primer ataque canino del viaje y supe reaccionar relativamente bien. El tercero teniendo que pedalear de noche con tráfico y el cuarto teniendo que luchar contra la tramuntana y el tráfico todo el día, sobretodo en la frontera donde bajando hacia Francia pasado el Pertús iba a 7 km/h literalmente.

No todo fueron malas noticias y ya en los primeros días conocí gente muy interesante y volví a ver otra que hacía tiempo que no veía. En la Tomassa cerca de Sant Celoni conocí a Èric y Alícia y al resto de gente que vive en una cooperativa de vivienda.

El salón de la Tomassa

A Guillem en Girona y el resto de compañeros médicos que me cayeron genial, nos volveremos a ver seguro.

Comida improvisada en el medio de la nada

A Gonza en Figueres que siempre me da muy buen rollo y me dio muchas ganas de tirar adelante. Espero que vaya todo genial con la programación.

Castillo de Biart

A Mingo en Elna que fue el primero en decirme que él también se sentía más mediterráneo que ninguna otra cosa. Y es una hipótesis que quiero confirmar a lo largo de esta primera parte del viaje bordeando el mediteráneo

Cruzando hacia Francia

Gente simpática y paisajes preciosos que me daban fuerzas para continuar hacia una parte de Europa y del viaje en general que no me motivan tanto y que ya sabía que se me podrían atragantar un poco, sobretodo en invierno.

La acogedora casa de Mingo

Todavía no había hecho ningún día de pausa y no tenía intención de hacerlo hasta Montpellier.

Puesta de sol con el Canigó de fondo

De Elna tocaba tirar hacia el mediterráneo y bordear los estanques naturales hasta Montpellier. Vi un montón de flamencos y recomiendo muchísimo el parque natural de la Narbonnaise donde tienes un estanque enorme a un lado y el mediterráneo al otro y es precioso.

El parque natural de la Narbonnaise

Pasado el parque de la Narbonnaise hice mi primera y única noche de acampada hasta Bologna. Me lo he conseguido montar entre Couchsurfing y Warmshowers y me han acogido cada noche. Es cierto que le quita espontaneidad y libertad al viaje, pero con el frío que hace ahora y en esta parte de Europa que está superpoblada estoy dispuesto a hacer el sacrificio. Eso sí, tener que planificarlo todo con días de antelación y tener que contactar con la gente es una faena. De cara a los Balcanes creo que cambiaré de estrategia, ya de entrada porque hay mucha menos gente en estas plataformas.

Primera noche de acampada

Al dia siguiente de acampar mi prioridad era poder ducharme, y eso que es invierno, en verano tiene que ser un necesidad todavía más vital. Por suerte me acogió Magali en su preciosa casa en Gigean. Me sentí como en casa y en algún momento nos volveremos a ver. Probé la tielle au poulpe, una especie de torta de pulpo muy típica en Sète.

Casa de Magali

Tenía una etapa muy corta de unos 25 km al dia siguiente hasta Montpellier, aún y así me dio tiempo de romper el caballete, primera baja del viaje. Por suerte llegaba a una gran ciudad y pude cambiarlo en Uni Re-Cycle, donde fueron muy simpáticos y una tienda que recomiendo encarecidamente

El caballete doblado

En Montpellier me acogió Juliette. Era la primera persona que acogía pero me sentí como en casa también. Su madre y su abuela habían viajado en bici y ahora le tocaba a ella. Pude tener el primer día de descanso, hacerle un poco de mantenimiento a la bici y lavar la ropa a mano. La ropa tarda un día entero en secarse. También di un paseo por Montpellier, que no había visitado nunca y me gustó bastante, pero ni rastro del occitano. Solo lo he visto escrito en algún cartel, pero no he escuchado a nadie hablarlo. Francia es una apisonadora de lenguas minoritarias. No será ni la primera ni la última que encontraré.

La Place de la Canourge en Montpellier

Tocaba tirar hacia Marsella donde quería pararme un par de días. La lluvia me respetó y pude llegar a Nîmes. Hay un tramo de carril bici precioso que sigue la ViaRhôna y por donde no era el más lento.

Asnos que se lo tomaban con calma

En Nîmes di una vuelta para ver la arena y el templo romanos que son bastante bonitos. A parte de esto, la ciudad tiene poca cosa, y la arena de Arlès que vería al dia siguiente es más interesante incluso.

El templo de la Maison Carrée en Nîmes

Me acogió Mathieu que toca el trombón y me cayó genial. La casa era preciosa y estuvimos hablando hasta tarde.

La casa de Mathieu y su trombón

No vi el sol durante todo el día hasta Istres y hacía mucho frío. Pasé por Arlès y toca hacer la reflexión siguiente: si no fuera por las boulangeries (panaderías) no sé qué haría en Francia, todo es carísimo. Compro croissants y otros para almorzar y pan para comer a mediodía con lo que tenga. Después de Arlès recomiendo la zona de los Alpilles aunque yo no la disfruté mucho por el cansancio. Me acogía Anne en Istres, ya jubilada y haciendo viajes en bici de varios días. Cogí fuerzas para hacer el último sprint hasta Marsella. Al dia siguiente tocaba ir contra el viento y tenía que subir un puerto para entrar a Marsella, el col de la Nerthe. Llegué a Marsella por el norte y tuve que atravesarla entera para llegar al centro

La catedral de Santa María la Mayor en Marsella

La primera noche me acogió Coralie, aunque no le iba demasiado bien, pero me salvó. Su casa tenía vistas a la basílica de Notre-Dame de la Garde, conocida como la Bonne Mère que visité al dia siguiente, donde se rezaba por los marineros y que tiene estilo bizantino que tanto veré de los Balcanes en adelante. Hacía un viento terrorífico, el famoso mistral de Marsella, cerca de los 60 km/h.

La Bonne Mère y sus barcos colgando del techo

Aquel mismo día había huelga general por los recortes en las pensiones públicas en toda Francia y la manifestación de Marsella fue multitudinaria. Sumó a lo caótica que ya es de por sí la ciudad.

Huelga general en Marsella

Es una ciudad que me recuerda mucho a Nápoles, muy acogedora, muy colorida y muy caótica, sobretodo el Cours Julien, donde pasan muchas cosas al mismo tiempo y se nota que es una ciudad portuaria y de comercio como muchas en el mediterráneo. Un poco como Barcelona incluso. La segunda noche me acogió Hannah, que junto con su pareja habían pedaleado hasta Grecia en bicicleta el verano anterior.

Mural en el Panier

En teoría al día siguiente tenía que irme de Marsella, pero el mistral seguía soplando fuerte y como quería hacer la Route des Crêtes por el parque natural de las Calanques, tuve que esperar otro día para que el viento aflojara. Me acogió Pierre, que había hecho un viaje en bici por Inglaterrra y que espero que cuando acabe su formación vuelva a viajar como me dijo. Al día siguiente hicimos una ruta por la corniche Kennedy y pasamos por el Vallon des Auffes, un pequeño puerto pintoresco que forma parte de la ciudad de Marsella.

Vallon des Auffes

Continuamos hasta les Goudes, que es el pueblo al que los Massilia Sound System hacen referencia en su canción «Dimanche aux Goudes«, y continuamos hasta la primera calanque del parque natural, la de Callelongue. El paisaje era precioso y me dio una idea de lo que vería al día siguiente. El problema es que al tener que seguir el ritmo de Pierre y no poder ir al mío se me cargó un poco la rodilla, mala señal para lo que venía al día siguiente.

Entrando en el parque natural de las Calanques

La etapa era corta, unos 40 km pero tocaba subir mucho. Saliendo de Marsella tocaba subir el col de la Gineste y con los 35 kg que llevo de quipaje fue un suplicio. La rodilla se resintió y solo llevaba la mitad de la etapa. Eso sí, las vistas se lo merecían. Acababa de entrar en el parque natural de las Calanques.

Vistas desde el col de la Gineste

Después de bajar a Cassis, tocaba volver a subir esta vez con unos desniveles que superaban el 15% en algunos puntos. Tuve que hacer casi toda la subida empujando la bici. Resulta que la carretera de la Route des Crêtes estaba todavía cortada a causa del mistral, aunque el viento soplaba mucho menos, pero yo quise intentarlo igualmente. Un ciclista local me ayudó a pasar la bici del otro lado de la barrera y me animó. La mejor decisión que he tomado hasta ahora. Las vistas espectaculares y sin coches fue una pasada. Lo recomiendo muchísimo aunque es bastante duro.

La imponente Route des Crêtes

Creo que el dolor de rodilla es debido a haber estado 4 días parado y también a la dureza de la etapa. Intentaré gestionarlo mejor de cara al futuro. Para  dormir había hablado con Grégori, un hombre que se había cruzado Tati (una amiga menorquina de mi amigo Albert) que ahora ya debe andar por Atenas después de varios meses de ruta desde Barcelona. Él es el propietario del hotel restaurante de la calanque de Figuerolles, la última de las calanques del parque en la Ciotat. Y me ofrció dormir en una de las habitaciones que me abrió Cyril.

La calanque de Figuerolles en la Ciotat

Me merecía un segundo premio después de haber sobrevivido a la etapa a parte de las vistas, y éste fue la primera que no la última pizza del viaje, que me hacía saber que Italia no estaba demasiado lejos.

La primera pizza del viaje

Al día siguiente hice un tramo en bici y después cogí el tren hasta Toulon. Allí, saliendo de la estación, me encontré a Andréa que me invitó a dormir en su casa. Acepté la primera invitación del viaje. Eso sí, hacía mucho frío y tuve que hacer tiempo en un pub. El camarero flipó y me invitó a comer y me hizo un descuento.

El pub Temple Bar de Toulon

Andréa me cayó genial y mis recomendaciones de rock psicodélico de los años 70 le encantaron. Conclusión: a veces es buena idea improvisar y dejar que te acojan. Al día siguiente cogí el tren desde Toulon hasta Saint Raphaël, todavía con dolor de rodilla, y deshice camino por la costa hacia Saint Tropez, una decepción, e hice noche en casa de Ramdane en Port Grimaud. Una gran persona y espero que pueda dejar pronto su trabajo e irse a sudamérica como él quería. 

Vistas en dirección a Port Grimaud

Al día siguiente tocaba etapa larga en bici y tren para llegar a Niza. Dos pinchazos en la rodilla por la mañana me recordaron que estaba tocado todavía. Por suerte, el tramo de costa del parque del Estérel es precioso, recomendación de Anne de Istres.

Rincones del Estérel

Tiene unos tonos rojizos muy característicos que lo hacen un lugar muy especial y me gustó especialmente. Además en invierno no hay nadie.

La magia del Estérel

Después tren hasta Niza. Mala idea si no estás en el vagón de las bicis. He de decir que tampoco escuché nada de lengua Provençal y me pone triste. Francia está matando las lenguas minoritarias. Dormí dos noches en casa de Simona y Alberto, ella búlgara y él italiano, muy simpáticos los dos. Niza como ciudad no me gustó demasiado. Ya la había visitado y la recordaba como esta segunda vez. Para Génova y la Spezia no pintaba muy bien la cosa, ya que nadie me podía acoger para aquellas fechas. Cogí un tren de Niza hasta Menton para saltarme el col d’Èze con la rodilla tocada.

Menton y su luz

En Menton bajé del tren y crucé la frontera hacia Italia en bicicleta.

Cruzando hacia Italia

Una vez en Italia seguí hasta Sanremo. A medio camino me paró Massimo porque me quería hacer una foto y guardarse mi número para irme preguntanto de tanto en tanto como voy.

La famosa foto de Massimo

Mi destino era Finale Ligure, pero me habían recomendado parar en Cervo antes porque es un pueblecito bonito. Y razón no les faltaba a quienes me lo recomendaron.

Rincones de Cervo

Subiendo hacia Alassio la rodilla sufría y los túneles eran estrechos. En uno de estos un coche me pasó muy cerca y al girar el manillar toqué con la alforja delantera el muro del túnel y el gancho se partio. La até al petate de detrás y continué hasta Alassio y después en tren hasta Finale Ligure (la bici en el tren es gratis en Liguria). Allí me esperaba Martina. Era de noche y tocaba subir unos 150 metros más. La recompensa pero valía la pena. Ragù casero.

El ragù casero de Martina

Además la casa era preciosa. Martina me ayudó a cambiar el gancho de la alforja y me trató genial. Kingo, su perro, es un amor también. Ella habla Ligure, pero es de las pocas personas de su edad que lo habla y es otra lengua que está a punto de desaparecer. Aunque Fabrizio de Andrè tiene canciones en Ligure.

Kingo loco por salir a dar un paseo

Al día siguiente decidí ir a saludar a sus padres a la panadería que tienen en Calice Ligure y me regalaron la primera focaccia (fügassa en Ligure) de las varias que comí. Un espectáculo.

Focaccia (fügassa) genovese con cebolla de la panadería de los padres de Martina

Bajando de nuevo hacia Finale Ligure paré en Finalborgo, un pueblo muy turístico pero precioso.

Finalborgo y su encanto

Continué hacia Varigotti que es un pueblecito bonito y por el cabo de Noli, pasado esto decidí coger el tren hacia Génova y preguntar en los albergues si tenían sitio. Todos llenos y muy caros. Decidí hacer una visita exprés de la ciudad en bici y volver con el tren a Savona donde me acogía Laura. Mala suerte que nadie pudiera acogerme en Génova ciudad. Seguramente me he perdido cosas, pero tampoco me ha llamando mucho la atención como ciudad, volveré aún y así, aunque sea solo por las focacce. El tren hacia Savona un drama, lleno de seguidores del Genoa de fútbol, muy estresante. Laura por suerte muy simpática y ha viajado muchísimo.

La Porta Soprana en Génova

Al día siguiente cogí el tren hasta Génova y de allí hasta Recco en bicicleta por la costa. Bonito pero nada del otro mundo y lleno de coches el domingo. En Recco probé la primera focaccia al pesto y un espectáculo. He probado la normal (genovese), con cebolla, con queso y con pesto y todas exquisitas. Aquí todo el mundo la come hasta para desayunar.

Focaccia al pesto en Recco

De Recco cogí el tren de nuevo hasta le Cinque Terre, Riomaggiore concretamente. Allí pagué por primera vez para dormir. El precio no era muy diferente al de un albergue en Génova y la ubicación era perfecta para la ruta de los pueblos de le Cinque Terre a pie. Costó 50€ la noche y en verano cuesta sobre 300€ la noche. Necesitaba un poco de tiempo para mí después de 3 semanas rodeado de gente y donde no he querido acampar por comodidad. Sé que en los Balcanes tendré que acampar más a menudo así que no corre prisa. Sobre la bici tampoco tiene uno tanto tiempo para sí mismo porque has de estar pensando en el presente y en el futuro inmediato. Estás muy expuesto a todo y a todos, pero estás mucho más en contacto con la gente y la naturaleza.

La habitación en Riomaggiore

Riomaggiore tiene una luz preciosa cuando se pone el sol, y en esta época del año hay algún turista pero está bastante vacía comparado con el verano. El problema es llegar con una bicicleta, porque está todo lleno de escaleras por todos lados, una pesadilla.

Los colores de Riomaggiore durante la puesta de sol

Al día siguiente cogí un tren hasta Vernazza y nada más empezar a subir quedó claro que los turistas no acostumbran a tomárselo demasiado en serio.

Las cosas claras: las chanclas en la playa

Vernazza pueblo no me gustó demasiado, pero las vistas de Vernazza camino a Corniglia eran preciosas.

Vernazza desde lo alto

La bajada hacia Corniglia también era preciosa y se podía ver tanto Vernazza como Corniglia desde la distancia. Corniglia pueblo me gustó mucho, quizás el que más.

Bajando hacia Corniglia

Camino a Manarola tocaba subir mucho desde Corniglia. Hay dos pueblos que son muy bonitos también y a los cuales las fotos no hacen justicia, se llaman Porciana y Volastra. La bajada a Manarola tenía miles de escaleras y se hizo muy pesada pero al menos el pueblo valía la pena.

La foto de fondo de pantalla de Manarola

En Manarola les dio por hacer el pesebre más grande del mundo y cuando no está iluminado es una mezcla entre gracioso y penoso al mismo tiempo.

El pesebre gigante de Manarola

Para volver a Riomaggiore tocaba volver a subir y bajar, pero uno se acostumbra. Por los senderos de montaña quizás solo me crucé unas 10 personas. En invierno es la mejor época del año para hacerlo sin duda, pero algunos tramos pueden estar cerrados por obras. La luz quizás no es la mejor dependiendo del día, y recomiendo hacerlo en el sentido Vernazza-Riomaggiore, sino el sol viene de cara la mayor parte del tiempo. Al día siguiente decidí ir directamente hasta Bologna, la ciudad de Guccini, cogiendo varios trenes. Cruzar los Apeninos nevados a 1100 metros no era la mejor idea y la pianura Padana (el llano después de los Apeninos) es aburridísima y ya la conozco. Así que subí la bici en el tren esta vez pagando.

Cruzando los Apeninos con el tren

En el último tren entre Parma y Bologna me crucé con Alessandro que viaja a menudo en bici y me aconsejó ir a ver al biomecánico para ajustar mi postura sobre la bici. Ello quizás me ayudaría con los problemas de rodilla que arrastro desde Marsella. Además también me he comprado una pistola para hacer masajes que me puede ir muy bien. Pero sin duda lo mejor de volver a Bologna es poder pasar unos días con Ari y descansar. Tengo muchas cosas por hacer, entre ellas escribir este post, dejar cosas que no uso, y encima me he puesto enfermo. Tengo un resfriado de campeonato, pero mejor pasarlo aquí y recuperarme bien que no haberlo pillado más adelante. He visto muchos amigos que me han dado ánimos y ganas de continuar el viaje y la verdad es que tengo muchas ganas de seguir. Pronto tocará volver a decir adiós. Durante este viaje me he acostumbrado a hacerlo cada día, pero con Ari siempre me cuesta más. A ver cuando podemos vernos en los Balcanes o más adelante.

La enésima pizza en Italia

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